Odio las despedidas. Si la formalidad me lo permitiese, me hiria de los sitios sin decir adios. No encuentro palabras y solo pienso en mancharme cuanto antes.
En este caso no es así. Ha sido mi abuelo el que se ha ido. Mi abuelo asturiano: güelito.
Desde pequeño tuve la imagen de un hombre inquebrantable. Creía que podrían venir todos los vientos del mundo que nunca lo tumbarian.
Como madrugaba para ir al prao a cortar la llerva, con su pequeño gorro y su gran guadaña, le pusimos el apodo del: “honrado trabajador”, a lo que él contestaba con una agradable sonrisa y su clásica levantada de cejas.

De joven era todo un don Juan. Por eso a mi abuela siempre le decimos que tubo muy buen ojo.

Me encanta recordarle, escanciando sidra:
O en su “oficina”, arreglado cualquier trastito, o fabricando instrumentos de madera para regalar a los demás. Ahora que no está, como me alegro de tener todos esos recuerdos suyos.
Pero lo mejor, es que siempre fue un hombre libre. Vivió tranquilo y feliz. Casado 63 años con mi abuela, aun recuerdo el beso de las bodas de oro, ambos felizmente vuelta a casarse.
Para mi, un ejemplo a seguir.
Así que guelu, allí donde estes, disfruta viendo a tu sportin de Gijón, resolviendo crucigramas, o cortando la llerva, que en esta vida, no pudiste ser más feliz.
Un cálido, enorme, y triste abrazo a mi guelu. Te quiero guelu.